Güemes: “El Hombre y su Libertad”
Mucho se escribió y otro tanto se dijo en torno a la vida de Martín Miguel de Güemes, aquel Salteño que naciera allá por Febrero de 1785 y que a temprana edad descubriera su vocación por la carrera militar.
Aún hoy se recuerda su gesta y la importancia de su participación para detener el avance español luego de la revolución de Mayo.
A casi dos centurias de su desaparición física, encontramos fundamentos suficientes para afirmar que su vida no fue la de un hombre común, que pasa por este mundo sin dejar huella, sino la de un ser especial, diferente, llamado por el destino a convertirse en guía, en camino a seguir, en luz de esperanza para aquellos que anhelaban el cambio.
Conocidas fueron sus destrezas como militar y la brillantez para organizar su ejército de gauchos, ese puñado de hombres de campo que montados a caballo y armados precariamente con machetes, lanzas y boleadoras hizo frente a los españoles desbaratando sus estrategias militares.
¿Que habrán visto sus gauchos? ¿Que habrán oído al escucharlo hablar? Tal vez su mirada de hombre ciego de justicia, o su voz henchida de ansia, cual aquella del que clama libertad.
Lo cierto es que abandonaron sus ranchos, sus mujeres e hijos y encomendaron sus destinos a ese hombre, haciendo suyos los principios e ideales por los que él luchaba.
No los llevó al campo de batalla la necesidad de pelear una guerra absurda sino el deseo de defender lo que les pertenecía, y así fue como la fuerza más grande no surgió del que ostentaba el poder sino de quien ponía el corazón.
Allí estaban nuestros gauchos liderados por Güemes, resistiendo una y otra vez los embates realistas. El hambre y las carencias se olvidaban y le abrían paso al honor de la lucha por la libertad, la misma que tantos otros compatriotas sostenían a lo largo de nuestro suelo.
En una carta dirigida a su amigo Manuel Belgrano, Güemes expresaría:
“Mis afanes y desvelos no tienen mas objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos. Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.
Al cabo de un tiempo de denodados esfuerzos por mantener firme esa valiosa oposición, el héroe gaucho vio decaer sus fuerzas y derrumbarse tantos pilares sobre los que bien pudo descansar su intención de derrotar al enemigo.
En momentos en que Salta se sumía en la más profunda de las crisis, el caudillo, en su rol de gobernador, utilizó cuanto medio pudo por tratar de llevar alivio a los suyos, y en un intento desesperado, escribió:
“Esta provincia no me representa más que un semblante de miseria, de lagrimas y agonía. La nación sabe cuántos y cuan grandes sacrificios tiene hechos la provincia de Salta en defensa de su idolatrada libertad y que a costa de fatigas y de sangre ha logrado que los demás pueblos hermanos conserven el precio de su seguridad y sosiego, pues en premio de tanto heroísmo exige la gratitud que emulamos de unos sentimientos patrióticos contribuyan con sus auxilios a remediar su aflicción y su miseria”.
Pero la ayuda nunca llegó, y 1821 se convertía en la época más difícil de su vida. A la amenaza de un potencial ataque español se sumaban las dificultades derivadas de la guerra civil.
Las divisiones internas hacían mella en las fuerzas del gaucho pero no en su espíritu.
Un día como hoy Martín Miguel de Güemes nos dejaba. Se iba sin siquiera vislumbrar la victoria, y en el más sombrío de los panoramas, pero lo que no ven los ojos, lo puede el corazón, y la semilla que sembró se hizo fruto en el alma de sus guerreros.
El 22 de julio de aquel año, de la mano del coronel José Antonio Fernández Cornejo, le brindarían el mejor homenaje derrotando a los españoles y expulsándolos para siempre de Salta.
Aquel, día marcaría el comienzo de una leyenda, el prólogo de una historia a ser contada, en la que se entretejen los senderos en la vida de un hombre que no hizo más que procurar el bienestar general y la soñada libertad de su pueblo. Sus hazañas se ag
Aún hoy se recuerda su gesta y la importancia de su participación para detener el avance español luego de la revolución de Mayo.
A casi dos centurias de su desaparición física, encontramos fundamentos suficientes para afirmar que su vida no fue la de un hombre común, que pasa por este mundo sin dejar huella, sino la de un ser especial, diferente, llamado por el destino a convertirse en guía, en camino a seguir, en luz de esperanza para aquellos que anhelaban el cambio.
Conocidas fueron sus destrezas como militar y la brillantez para organizar su ejército de gauchos, ese puñado de hombres de campo que montados a caballo y armados precariamente con machetes, lanzas y boleadoras hizo frente a los españoles desbaratando sus estrategias militares.
¿Que habrán visto sus gauchos? ¿Que habrán oído al escucharlo hablar? Tal vez su mirada de hombre ciego de justicia, o su voz henchida de ansia, cual aquella del que clama libertad.
Lo cierto es que abandonaron sus ranchos, sus mujeres e hijos y encomendaron sus destinos a ese hombre, haciendo suyos los principios e ideales por los que él luchaba.
No los llevó al campo de batalla la necesidad de pelear una guerra absurda sino el deseo de defender lo que les pertenecía, y así fue como la fuerza más grande no surgió del que ostentaba el poder sino de quien ponía el corazón.
Allí estaban nuestros gauchos liderados por Güemes, resistiendo una y otra vez los embates realistas. El hambre y las carencias se olvidaban y le abrían paso al honor de la lucha por la libertad, la misma que tantos otros compatriotas sostenían a lo largo de nuestro suelo.
En una carta dirigida a su amigo Manuel Belgrano, Güemes expresaría:
“Mis afanes y desvelos no tienen mas objeto que el bien general y en esta inteligencia no hago caso de todos esos malvados que tratan de dividirnos. Así pues, trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria, que es la recompensa que deben esperar los patriotas”.
Al cabo de un tiempo de denodados esfuerzos por mantener firme esa valiosa oposición, el héroe gaucho vio decaer sus fuerzas y derrumbarse tantos pilares sobre los que bien pudo descansar su intención de derrotar al enemigo.
En momentos en que Salta se sumía en la más profunda de las crisis, el caudillo, en su rol de gobernador, utilizó cuanto medio pudo por tratar de llevar alivio a los suyos, y en un intento desesperado, escribió:
“Esta provincia no me representa más que un semblante de miseria, de lagrimas y agonía. La nación sabe cuántos y cuan grandes sacrificios tiene hechos la provincia de Salta en defensa de su idolatrada libertad y que a costa de fatigas y de sangre ha logrado que los demás pueblos hermanos conserven el precio de su seguridad y sosiego, pues en premio de tanto heroísmo exige la gratitud que emulamos de unos sentimientos patrióticos contribuyan con sus auxilios a remediar su aflicción y su miseria”.
Pero la ayuda nunca llegó, y 1821 se convertía en la época más difícil de su vida. A la amenaza de un potencial ataque español se sumaban las dificultades derivadas de la guerra civil.
Las divisiones internas hacían mella en las fuerzas del gaucho pero no en su espíritu.
Un día como hoy Martín Miguel de Güemes nos dejaba. Se iba sin siquiera vislumbrar la victoria, y en el más sombrío de los panoramas, pero lo que no ven los ojos, lo puede el corazón, y la semilla que sembró se hizo fruto en el alma de sus guerreros.
El 22 de julio de aquel año, de la mano del coronel José Antonio Fernández Cornejo, le brindarían el mejor homenaje derrotando a los españoles y expulsándolos para siempre de Salta.
Aquel, día marcaría el comienzo de una leyenda, el prólogo de una historia a ser contada, en la que se entretejen los senderos en la vida de un hombre que no hizo más que procurar el bienestar general y la soñada libertad de su pueblo. Sus hazañas se ag
igantan con el correr de los años, y su figura se inmortaliza por el derroche de ideales y la vida consagrada a la lucha por lo que era justo.
Les propongo que a partir de hoy, y cada 17 de Junio, ese silencio en honor a su memoria, se convierta en un grito de orgullo, cual aquel que un día fuera de guerra; “¡Morir por la Patria es Gloria!”